Los jóvenes ‘asaltan’ el tabú del Teatro Real

Esta noche se estrena oficialmente el montaje de 'Norma' en el Teatro Real, pero fue el domingo cuando lo “asaltaron” ordenadamente los jóvenes, un millar de aficionados cuya okupación del graderío malogró el tabú de un templo impenetrable. Por lo que cuestan las entradas. Por su reputación de elitista. Por los malentendidos culturales. Y porque la ópera ejerce un efecto disuasorio, como la tiendas de lujo o las sedes de la Cienciología.

Impresionaba mucho la imagen de un aforo insolentemente rejuvenecido. Y se pedía incluso el carné de identidad a la entrada, no fueran a colarse impostores ni mayores de 35 años entre los espectadores que accedieron gratuitamente al acontecimiento del preestreno. Y quede claro que no se les ofreció un espectáculo edulcorado ni facilón, como acostumbra hacerse en los programas pedagógicos al uso, o sea, fórmulas mestizas que aligeran y degradan el fenómeno operístico a una suerte de placebo de fácil consumo.

Lo que se les ofreció fue una ópera sagrada del repertorio, la 'Norma' de Bellini, cuyo primer acto aloja acaso el aria más famosa del belcantismo. Hablamos de 'Casta diva' y de la versión contenida que proporcionó a la joven audiencia la soprano canaria Yolanda Auyanet. La aclamaron en el trance de los saludos y sobrevino una euforia y una entrega que rara vez se experimentan en las funciones de estreno, quizá porque neo-melómanos reunidos en el Real no tienen prisa, prejuicios ni ínfulas sociales.

Ni había toses ni se observaba a ejecutivos enviando mails con el móvil

Lo demostraba el estado de atención, el silencio sugestivo con que transcurría la velada. Ni había toses ni se observaba a ejecutivos enviando mails con el móvil. Se percibía un ambiente generoso, no ya porque las entradas eran gratuitas, sino porque el maestro Marco Armilliato condujo la función con instinto y clarividencia. Más que sonar, la ópera fluía. Y más que dirigir, Armilliato daba la impresión de navegar en el éxtasis melódico que tanto admiraban incluso los grandes popes de repertorio alemán.

Igual que le sucedía a Schopenhauer, Wagner sentía una enorme atracción hacia el talento de Bellini, a su audacia compositiva, a la elocuencia con que exponía los pasajes de 'pathos'. Por eso tiene sentido que las funciones de 'Norma' (1831) compartan la mensualidad y el escenario con las de 'Siegfried' (1857). El propio coloso germano reconocía haberse inspirado en la sacerdotisa belliniana para concebir algunos rasgos dramatúrgicos de su Brunhilde y ciertos pormenores catárticos de la propia Isolda, aunque fue Rossini quien más dicharacheramente estableció las diferencias entre el belcanto italiano y la tragedia wagneriana. “La música de Wagner es como el rodaballo en salsa germana. Mucha salsa y poco rodaballo”.

Aludía así Rossini al espesor de la armonía del colega y a la precariedad de la materia prima (la melodía), aunque el encuentro que mantuvieron ambos en París sirvió para aclarar los malentendidos. Y para concederse una tregua y una conversación diplomática en la hendidura de la historia. Rossini ya había iniciado su periodo de silencio. Wagner lo tenía todo por decir y por escribir: ya había acabado la partitura de 'Tristán e Isolda'.

Rodaballo

Mucho rodaballo comieron los aficionados jóvenes que acudieron al preestreno. Y puede que no tuvieran la erudición ni el criterio severo de los melómanos séniors, pero el instinto funcionaba como un argumento clarísimo de apreciación. Por eso se aplaudió con más entusiasmo a la imponente mezzo Clémentine Margaine (Adalgisa). Y por la misma razón se agradeció con más educación que entusiasmo el rendimiento de Michael Spyres, un tenor de voz corpulenta y de poca homogeneidad cuyos agudos acostumbran a estrangularse y cuya falta de carisma relativizó la pasión de la velada y limitó la interesante producción escénica de Justin Way.

Puede que la dramaturgia le resultara confusa y desconcertante a los aficionados debutantes, sobre todo porque el joven director de escena elude la representación textual del drama lunar belliniano -romanos, galos, druidas, vírgenes- y lo traslada a las pautas de un adulterio triangular decimonónico.

'Norma' (Teatro Real)
'Norma' (Teatro Real)

La forma de hacerlo consiste en el meta-teatro. Vemos la función dentro de la función, como si estuviéramos en un teatro del siglo XIX. Por eso llama la atención la precariedad de la luz y de los recursos escénicos (cartón piedra, telones pintados). Y por la misma razón la trama pasional no concierne a los personajes de Bellini -Norma, Pollione, Adalgisa- sino a los sujetos que los representan. La sobreexposición funciona casi siempre, pero a veces se resiente de la descontextualización del libreto y provoca la pérdida del hilván a los neófitos que se había aprendido el argumento en casa.

Es muy probable que vuelvan. Y que una ópera iniciática en sí misma como la 'Norma' de Bellini haya funcionado como sujeto de iniciación. No se requerían otros requisitos que la edad y que la adhesión al programa Amigos Jóvenes. Es la forma de vincularse orgánicamente al Teatro Real a cambio de un modesto presupuesto personal (de 25 a 35 euros) y con todas las ventajas que suponen definir el futuro del coliseo madrileño.

Es el mismo contexto en que el templo de la plaza de Oriente ha creado un Comité Joven -cantantes, directores, influencers- que asesora e influye en el rumbo del Real, explorando todos los límites del relevo generacional. Y demostrando que no existe nada más moderno que una ópera de Bellini escrita en 1831 y recibida entonces como un perfecto… fracaso.

Fuente: El Confidencial