En ‘Rigoletto’ también esnifan cocaína: por qué Verdi es el gran icono pop de la ópera

Antes del estreno de ‘Rigoletto’ en Venecia, Verdi sabía que su ópera estaría en boca de todos. En especial, una de las melodías del último acto. Imaginaba ya a todos los gondoleros silbando y canturreando esa ‘canzone’ al día siguiente, como se cuenta que ocurrió. Lo que no imaginaba es que, tras 170 años del estreno en La Fenice, ‘La donna è mobile’ se convertiría en el mayor emblema de la ópera italiana en la cultura pop. Y de la ópera, en general. Que el aria de ‘Rigoletto’ pondría música a un anuncio de Doritos, de desodorante o de varias marcas de pizza congelada -como prueba irrefutable de su italianidad-.

Lo que Giuseppe Verdi (1813-1901) consiguió con ‘La donna è mobile’ fue el sueño de cualquier productor musical. Un ‘hit’ reconocible en segundos, que arranca aplausos después de cientos de años y que todos los grandes tenores de la historia deben cantar. Verdi sabía que su melodía se imprimiría en la memoria colectiva, porque no permitió que se ensayara con la orquesta casi hasta el último minuto antes del estreno. Pidió al tenor encargado del papel, Rafaelle Mirate, que practicaran en privado. Y le rogó que no silbara ni cantara la ‘canzone’ en público, por miedo a que se filtrara a los ‘piratas’ musicales de entonces.

Quizá esa aria de ‘Rigoletto’ es la que mejor encarna la ambivalencia de Giuseppe Verdi. Autor de casi 30 óperas, compositor de las obras más producidas del mundo en la actualidad (según las estadísticas de ‘Operabase’). Icono del Risorgimiento italiano, músico rico y afamado, artista inquieto, heredero y precursor de la ópera italiana. En este 2021 complejo para los escenarios, se han cumplido 120 años de la muerte de Verdi. Al conocer el fallecimiento, un 27 de enero de 1901, cientos de miles de italianos se lanzaron a la calle para acompañar su cortejo fúnebre en silencio.

El funeral de Verdi. (Dominio público)
El funeral de Verdi. (Dominio público)

‘La donna è mobile’ pertenece a una de las óperas que conforman la llamada trilogía popular de Verdi: ‘Rigoletto’ (1851), ‘Il Trovatore’ y ‘La Traviata’ (ambas de 1853). Fueron los tres títulos, estrenados sucesivamente, que sellaron su fama como compositor tanto dentro como fuera de Italia. Y que alumbraron una nueva concepción de su obra: Verdi dejaría atrás los personajes arquetípicos y encorsetados en el ‘bel canto’ italiano, del que sin duda fue heredero. En el principio del siglo XIX, Bellini, Donizetti y Rossini consolidaron aquella forma de concebir el canto operístico, la de la voz humana como portadora de belleza y virtuosismo, pero dejando expresión dramática a un lado. El aria ‘Casta Diva’, de la ópera ‘Norma’, es uno de los exponentes más conocidos de esta corriente ‘belcantista’.

El estreno de ‘Rigoletto’ demostró la valentía artística y humanista de Verdi, su compromiso político. Pero también se vio atravesado por episodios de censura y hasta una acusación de plagio por parte de Víctor Hugo. Así fue como Verdi, ‘Rigoletto’ y ‘La donna è mobile’ cambiaron la historia de la ópera para siempre.

Contra la censura austriaca

El libreto de la ópera está basado en la obra ‘Le Roi s’amuse’ (‘El rey se divierte’) de Víctor Hugo, que ya había sufrido las consecuencias de la censura francesa. De hecho, su representación estuvo prohibida durante décadas. Tanto ‘Rigoletto’ como el drama del escritor galo retratan a un noble abusivo, caprichoso e inmoral, que seduce a todas las mujeres a su alcance. Y también a un protagonista grotesco, apasionado y doliente: el bufón Triboulet para Víctor Hugo, el bufón Rigoletto para Verdi.

Una vez decidido a adaptar la obra del escritor francés, el compositor escribió a su libretista: “Apenas recibas esta carta, corre por toda la ciudad y busca un personaje influyente que pueda obtener el permiso para hacer ‘Le Roi s’amuse’”. La Venecia de mediados del siglo XIX, antes de la Unificación, era un territorio controlado por la censura austriaca. Así que Verdi presentó su producción ante el gobernador militar de Venecia, que se decidió a prohibir la representación por su “repugnante inmoralidad y obscena trivialidad”. El compositor continuó con la obra, que pudo salvarse gracias a la mediación de los administradores del teatro de La Fenice.

Ante la censura, Verdi y su libretista aceptaron tres condiciones: cambiaron la localización de la ópera de Francia a Mantua, en Italia. Y al Rey libertino, por el Duque. También se vieron obligados a modificar el nombre del bufón, Tribuletto, por Rigoletto (del francés ‘rigoler’, reír). “Un jorobado que canta, diría alguno… ¿y por qué no? ¿Molestará? No lo sé, y, si no lo sé yo, no puede saberlo el que haya propuesto esta modificación. Yo encuentro bellísimo representar este personaje externamente ridículo y deforme e internamente apasionado y lleno de amor”, escribía Verdi en su correspondencia.

Primera edición de la partitura de Rigoletto. (Dominio público)
Primera edición de la partitura de Rigoletto. (Dominio público)

¿Quién es ese bufón vengativo y apasionado? En la ópera, Rigoletto trabaja como payaso para entretener al Duque de Mantua y se burla constantemente de sus cortesanos, que lo desprecian. Es solo un bufón deforme, ácido y odioso ante los ojos de palacio. Pero el espectador descubre pronto que guarda un secreto: cuando vuelve a casa, el payaso se transforma en un padre tierno y devoto, porque allí le espera su hija Gilda. El Duque termina engañando y seduciendo a la hija de Rigoletto. Por eso, el bufón se venga planeando el asesinato del noble, que se desarrolla durante el tercer y último acto.

Es entonces cuando el Duque de Mantua canta la célebre ‘La donna è mobile’. “La mujer es voluble, como pluma al viento. Cambia de acento y de pensamiento”, canta el libertino a las puertas de un prostíbulo. La melodía suena pegajosa, frívola y odiosa en la boca del Duque de Mantua, despreocupado -probablemente embriagado- sin saber que Rigoletto ya ha orquestado su venganza. Verdi escondió el aria hasta el último minuto, consciente de que se convertiría en el clímax irónico de la ópera. En el último ‘Rigoletto’ representado en la Ópera de París el pasado noviembre, un Duque actualizado a la iconografía moderna entona ‘La donna è mobile’, vestido de chupa de cuero y esnifando cocaína.

Verdi no pagó los derechos de autor por inspirarse en ‘Le Roi s’amuse’, y Victor Hugo lo demandó por plagio ante los tribunales franceses

En el primer título de su trilogía popular, el compositor ya anticipaba la crudeza de las óperas de finales del siglo XIX: la corriente del verismo, que podría compararse con el naturalismo literario. Con compositores como Mascagni, Leoncavallo o Puccini, la ópera se alejó definitivamente de las exigencias del ‘bel canto’. Olviden a La Callas, exhalando elegancia y serenidad en su ‘Casta Diva’ de Bellini. En el Romanticismo tardío, que Verdi atisbaba en la profundidad psicológica de sus personajes, la ópera solo era un fragmento crudo de vida. Olviden la muerte heroica de Norma y piensen en el envenenamiento desesperado de Emma Bovary. O en la pobreza y el frío que mataron a Mimí, la heroína de Puccini en ‘La Bohème’ (representada ahora en el Teatro Real).

Los cambios en el libreto que Verdi tuvo que aceptar para poder estrenar ‘Rigoletto’ enfadaron a Víctor Hugo. El compositor no pagó los derechos de autor por inspirarse en ‘Le Roi s’amuse’, y el escritor francés lo demandó por plagio ante los tribunales galos. Verdi evitó al principio que su obra se representara en París y así esquivó la demanda de Víctor Hugo. Tras el episodio, el escritor se negó a asistir a ninguna producción de ‘Rigoletto’ durante años. Pero cuando finalmente lo hizo, cayó rendido a los pies de Verdi. Al escuchar el cuarteto ‘Bella figlia dell’amore’, Víctor Hugo reconoció una ventaja de la ópera sobre el teatro: gracias al genio de su compositor, cuatro personajes con emociones contradictorias podían expresarlas al mismo tiempo.

Giuseppe Verdi fue un gran negociador de sus contratos, y su fama le llevó a convertirse en un hombre adinerado y adorado por el pueblo italiano. No es casualidad que, a mediados de siglo, el norte de Italia estuviera repleto de pintadas que rezaban “Viva Verdi” -V.E.R.D.I servía de acrónimo para “Vittorio Emanuelle Re D’Italia”, padre de la Unificación ante la influencia austriaca. Su tercera ópera, ‘Nabucco’, se estrenó en 1841 y fue un éxito instantáneo que se extendió a toda Europa. En la primera función, el público de La Scala pidió que se repitiera el célebre coro ‘Va, pensiero’ que los judíos del Antiguo Testamento cantan en recuerdo de su patria.

El pueblo italiano que se sentía oprimido se identificó con los judíos del Antiguo Testamento en ‘Nabucco’, e hizo del coro un himno del Risorgimiento. Sesenta años después, tras la muerte de Verdi, 800 personas cantaron el ‘Va, pensiero’ en el funeral del compositor, bajo la batuta de Arturo Toscanini. Para entonces, Verdi era el compositor consagrado del pueblo que anhelaba la libertad. Lejos de encasillarse, en sus últimos años colaboró con el libretista Arrigo Boito en la adaptación de varias obras de Shakespeare.

Una de ellas fue ‘Otello’, para muchos, la mejor ópera del compositor. En el estreno, un anciano Verdi recibió un disco de plata, cientos de cartas de sus admiradores milaneses, y una cronista cuenta que el coche en el que abandonó el teatro llegó al hotel empujado por sus fans. En el texto de Shakespeare, psicólogo de Occidente, Verdi encontró en las profundidades de la conciencia.

Quien no llora en 'La bohème' no tiene corazón Rubén Amón

Algunos lo acusaron entonces de haberse convertido en un imitador de su coetáneo, el inmenso Richard Wagner. Otros, de intentar zafarse en sus últimas óperas de lo que siempre sería: el compositor de ‘La donna è mobile’ y otras melodías populares sin interés. A partir de los años 20, algunos intelectuales alemanes reivindicaron la valentía y la complejidad de Verdi como una antítesis humanista de la dominación cultural wagneriana. Carl Ebert -antiguo director de la Deustche Oper emigrado en Reino Unido ante el ascenso nazi- rescató algunos de los títulos más importantes del italiano. También lo hizo Rudolf Bing, el que fuera el sempiterno director de la Ópera del Metropolitan de Nueva York durante el siglo XX. En sucesivas temporadas, el Met reivindicó las óperas de Verdi hasta convertirlo en uno de sus autores más programados, como lo es hoy mundialmente.

Verdi escribió ‘La donna è mobile’: una melodía que silbaban los gondoleros, un icono pop, una banda sonora para Doritos y pizzas congeladas. Y como prueba de su complejidad artística escribió, al final de su vida, el célebre ‘Ave Maria’ de ‘Otelo’. Es el último canto -rezo- de Desdémona antes de acostarse, a punto de ser estrangulada por la furia de Otelo. La joven en camisón que reza en penumbra sin saber que está a punto de morir es el último Verdi: un pedazo crudo de vida.

Fuente: El Confidencial