El insólito declive de Chris Froome, el hombre que hace nada dominaba el Tour

La vida son símbolos. Que le pregunten a Baudelaire, que estaba calvo, tenía cara de mala hostia y no andaba en bici (que sepamos) pero de símbolos sabía un montón, el muy sinvergüenza. Te pillaba, por ejemplo, un albatros y, hala, tú acababas cotejando que eso era el poeta, y que los barcos son la vida, y que los marineros, sucios ignorantes de estrofas, intentan atrapar siempre al rey del azur, porque el tema es siempre así de jodido. Más o menos. Eso, símbolos.

En ciclismo también los hay, claro. Me lo avisaba mi amiga Adela, que de esto maneja un rato. Que el otro día tuvimos uno. Demoledor. Potente como pocos antes, ya veremos. Faltaban tres kilómetros y medio para que terminase la crono del Dauphiné (si usted es de natural tocahuevos le permitimos llamarlo “Delfinado”). Cosa poco seria, no vayan a pensar. Apenas dieciséis mil metros en total, porque las contrarrelojes son cosa de tiempos pretéritos, y ahora ya nadie quiere sufrir sobre la cabra más de una hora, y lo que antes llamábamos “prólogo” resulta que son “pruebas de esfuerzo dignas de tener en cuenta” en el neolenguaje del ciclismo. Ya ven, todos somos un poco Charlie Baudelaire aquí. Pero sin absenta. O con ella, vaya, allá cada cual sus costumbres…

Chris Froome, en una imagen reciente. (Efe)
Chris Froome, en una imagen reciente. (Efe)

Ocurrió cerca de la meta, decíamos (solo que al salir ya estabas cerca de la meta, pero hemos dejado atrás esa discusión). Allí Nils Politt (grandullón, germano, una única victoria como profesional en la Vuelta de su país) doblaba a Chris Froome (delgadito, postura discutible sobre la bici, cuatro Tour de Francia, dos Vueltas a España, un Giro de Italia). Solo con leerlo ya te quedas un poco con cara de “oiga, qué me ha echado usted en la copa”. Digamos que fue la imagen paradigmática de aquello en lo que se ha convertido Froome desde hace dos temporadas.

Siete de septiembre, año 2011. Falta apenas un kilómetro para que la etapa termine. Peña Cabarga, por si les interesa el dato. Justo entonces, en esa rampa puñetera que parece mirar directamente al cielo, allí donde los escritores ciclistas suben echando el hígado (pero sin descomponer la figura) atacó Chris Froome. Bueno, atacar no… el tío empezó a pegar unos zapatazos criminales que aún me duelen las piernas cada vez que veo el video. Porque es para impresionarse si conoces el terreno, ¿eh? Una cosa increíble. Luego lo acabó pillando Cobo, y hasta podría haberle ventilado la etapa, pero no conocía el puerto (joder, está a sesenta y un kilómetros de su pueblo, macho), y también quedó primero en la Vuelta, solo que luego ya no, y ahora aquella carrera la ganó Froome, y se la dieron una mañana triste, entre que me leo el periódico y tomo este café con leche, qué rico, venga, pon también un pinchuco de tortilla…

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A aquella Vuelta llegaba Chris Froome como perfecto desconocido. Hasta en su conjunto, que primó durante (casi) toda la carrera opciones para Wiggins, porque el keniano ilusionaba menos que Leticia Sabater en el Derrame Rock. Pero imposible, la realidad es tozuda. Metamorfosis a lo gordo, y aquel tipo largirucho, que se movía sin parar sobre la bici y siempre parecía ir mirando el potenciómetro, se convirtió, quince días entre una cosa y otra, en la máquina definitiva de esta última década.

Volvamos a Peña Cabarga, como las parejitas de veinteañeros. ¿Quién era Chris Froome antes de ese día? Pues oigan… nadie. Cero victorias. Puesto 61 en el Giro de 2008 (con 23 años), decimocuarto como mejor clasificación en alguna etapa. Mejora al año siguiente. El 36, y sexto llegando a Bolonia, hasta el Santuario de San Luca. Allí hizo bastantes eses, pero oiga… que tire la primera piedra quien no las haya hecho alguna que otra vez…Llega 2010, vuelve a Italia y lo eliminan poco antes del final. Por agarrarse a un coche subiendo el Mortirolo (que ya de agarrarte hay pocos sitios más justificados). Aquello fue ya en SKY, donde llegó procedente de aquel extraño ente que fue Barloworld. Y por fin en 2011… eclosión. Corriendo la Vuelta, porque antes todo seguía igual. Puesto 85 en Polonia (acababa el seis de agosto, la hispana empezó el catorce de ese mes), 45 en el Brixia Tour de julio, 47 en Suiza, 71 en Luxemburgo, 66 en California, 15 en Romandia, 14 Castilla y León, 61 Catalunya, 60 Murcia, 50 Andalucía. Números fríos. ¿Quieren la traducción? Ni su madre hubiese apostado por Chris Froome para brillar en la ronda española. La buena señora echaría el euromillones, que tiene más posibilidades…

El ocaso de Froome. (Efe)
El ocaso de Froome. (Efe)

Pues bien, a día de hoy las credenciales de Chris Froome antes del Tour son… bueno, son más o menos esas. Aunque parezca increíble. Ningún ciclista de la historia ha ganado cuatro Tours sin arrimarse también el quinto, pero parece que será, una vez más, la excepción. Cuesta decirlo cuando hablas del tipo mejor pagado en todo el pelotón (se habla de casi seis millones por temporada), pero sus opciones en Francia son nulas.

Hace un par de años, en esa misma Dauphiné donde se produjo el símbolo que dijimos más arriba, Chris Froome partió su carrera deportiva. Caída gravísima, lesiones por todo el cuerpo, la cadera hecha cisco, que es una de las cosas más delicadas para curar en este bendito deporte. Tenía 34 años y la cosa pintaba a retiro, para qué engañarnos. Hubiese sido lo normal (que se entienda el término, por favor), porque… en fin, vuelvan a leer el parte de lesiones. Pero nada, el mozo que se empeña en volver. Solo que cuesta. Mucho. Un día eres mejor vueltómano de la década, al siguiente subes bidones y los tienes que dejar a mitad de pelotón. Hasta marchó de Sky/Ineos/Grenadiers/El-cañonero-de-los-Simpsons/Esos-que-ganan-siempre, jardín de todos sus éxitos, para fichar por un proyecto bastante exótico vinculado a ese país donde ahora han cambiado de gobierno, seguro que ustedes saben. Morterada al tanto, promesas de redención, síndrome de Jerusalén en bicicleta, lucha por el quinto, el Alcoyano sobre ruedas.

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Pero nada. Ni un cuartos de final en Copa del Rey, ni siquiera el Trofeo Joan Gamper. Cero. El rendimiento de Froome es deficiente, y tiene la (peculiar) desventaja de resultar muy visible, por ser él quien es y arrastrar el palmarés que arrastra. Vamos, que sale siempre en la tele cuando empieza a quedarse de pelotones bien gordos. O cuando le dobla Politt. El precio de la fama, el peso de los éxitos. Va en el contrato pero…

Pero no siempre fue así. Con los otros tíos a los que mira Chris Froome directamente, al menos en términos de laureles. No vamos a entrar en formatos, trenecitos, superioridades y demás… cuando dentro de cincuenta años cualquier periodista fuertote y con tendencia a la ironía hable de grandes vueltómanos tendrá que meter al británico en la lista sin dudarlo. Repasen los números. Es impepinable.

¿Y esa gente hubiese aguantado tales humillaciones? Pues el relato nos dice que, en fin… mayormente no. A ver, Bartali y Coppi alargaron sus carreras mucho más de lo aconsejable (sobre todo Fusto) pero es que eran otros tiempos. Y, ojo, que ambos siguieron ganando cosillas hasta sus últimas pedaladas. Muy lejos de niveles anteriores, pero… Emilia, Toscana, Baracchi… Con todo… compramos el antecedente.

Chris Froome, en una imagen de archivo. (Efe)
Chris Froome, en una imagen de archivo. (Efe)

Pero ahí se acaban las mímesis. Anquetil, siguiente emperador, se retiró con 35 años, a un nivel alto. Itzulia, pódium en Niza. Un par de temporadas antes estuvo a punto de llevarse el Giro, pero no tenía suficiente pasta para comprarse ayudas y la cosa acabó con Gimondi en rosa (los Giros terminaban bastantes veces así). Digamos que el gran Jacques se consumió en 1964 (seguramente porque él mismo quiso, porque no deseaba más sacrificios, presiones, disciplinas) pero su declive valió por años buenísimos para cualquier otro. Igual que con Merckx, vaya. Se fue en el 78, pero apenas corrió cuatro meses ese año. En el 76, final con Molteni, San Remo y puestos aquí y allá. Doce meses más tarde, ya con Fiat (qué bonito es el maillot de la Fiat, por cierto), Mediterráneo y etapitas. Poco para ser él, pero es que estaba ahí, cerca de los grandes pódiums. Top ten en Lieja, en Amstel, en Zúrich, casi por el Velódromo de Roubaix. Competitivo. Años luz de lo que fue pero… competitivo. E Induráin… en fin, lo de Induráin lo saben todos ustedes. El Tour, luego aquella etapa camino de Los Lagos. Fallo y para casa. Esa misma temporada zarandeó como piltrafas a los otros en Asturias o Dauphiné. Un solo año sin Grande Boucle y su carrera termina.

Quizá lo más parecido a Chris Froome en esta lista sea Bernard Hinault. Bueno, nos corregimos… quizá la situación más parecida a la de Froome en esta lista sea la de Hinault. Hinault en el 84, recién operado de la rodilla (que se destrozó entre la Vuelta a España y arrastrar aquellos desarrollos monstruosos que arrastraba), cambio de equipo, figura ascendente de Fignon. Le Blaireau estaba totalmente muerto, superado en todos los terrenos, apenas sombra de lo que fue. En el Tour de 1984 aquel parisino insolente lo había humillado cada vez que quiso. Y, aun así… segundo. Meses más tarde, y después de lastimarse entrenando como nunca lo hizo, Hinault desguazaba de forma inmisericorde a todos en Lombardía. Después, el quinto. Y hasta un sexto pudo haber, bendito ataque en Tourmalet, bendita locura del último gran loco.

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Lo que quiero decirles es que todos tuvieron un declive, pero en ningún caso se convirtieron en tipos anónimos. O que Hinault volvió desde el ostracismo para gobernar de nuevo con violencia. ¿Era el de antes? No, pero seguía siendo Hinault. Froome ni siquiera parece Froome.

Son datos, nada más, no seré yo quien diga a ningún equipo cómo gastar sus dineros ni a ningún corredor cómo dirigir su vida deportiva. Ellos saben más que el menda, y les sienta mucho mejor el maillot ajustado. Pero Chris Froome está entrando en un terreno muy peligroso para alguien de su prestigio…

Ese donde se le empieza a mirar con lástima.

Fuente: El Confidencial