Andrés Calamaro incendia un Madrid sitiado con un concierto épico y brutal

La ciudad se acuesta cansada. Aún resuena el rugido, la furia, el cante, y de punta a punta la Castellana amanecerá vacía y exhausta. La luz, clara y molesta, radiante, estival, de verano y calor, pero la mañana vendrá con una resaca a la que no acostumbra. La OTAN flipa, Biden se extraña, Macron no comprende, Johnson no llega (hay quien asegura que estuvo), Zelenski decide retrasar una hora su intervención… Nadie entiende, nadie explica. Todos creen que es otro engaño del agraciado, pero no, le susurran algo al oído: este martes por la noche tocó Andrés Calamaro, presidente. La ciudad es ceniza.

Porque eso pasa cuando las llamas engullen el escenario, se consume todo, se lo fuma el viento mientras se llena la boca del mismo aire que destila un sonido elevado al himno, un son que no es otro, que el que tantas veces escuchaste brindando el toro de la calle, de la vida y de la fortuna, del desamor, del subidón y del golpe, de la torta que no nos dieron a tiempo, del primer y segundo beso, y de la cicatriz que cerró mientras sonaba cualquiera de sus composiciones, porque las canciones de Calamaro son compuestos de química, son ciertas medidas ajustadas de costumbres, ritmo, prosa, trabajo y talento, embotelladas en una lata que si la agitas, explota.

Calamaro trae una banda sólida, sencilla, con espacio, sin trajines de luces y videos

Pero Madrid es el coso, como las Ventas el cielo del toreo, y cada temporada tras más de treinta años haciendo en la capital su mejor muletazo, Calamaro ha traído una banda sólida, sencilla, con más espacio, sin demasiados trajines de luces y videos, pero precisa. Mariano Domínguez, al bajo. Martin Bruhn, en la batería. Germán Wiedemer, en los teclados. Y Julián Kanevsky con la guitarra. Lo suyo son las canciones y cantarlas. También trajo a los invitados de orden que espera una ciudad, esta semana centro del mundo y de los dueños del hampa oficial, pero aquí sin diestras ni siniestras, por mucho que algunos se empeñen en politizar lo que pertenece a la piel. Bien dijo el maestro Escohotado “de aquí para dentro, territorio soberano”, y, por tanto, a escuchar.

Verdades afiladas

Abrió el concierto con 'Bohemio', 'Cuando no estás' y 'Verdades afiladas', canciones dosmiles que todos coreaban con el subidón del principio. Son canciones de experiencia, de madurez y de alegría. Aún con flashes de teléfonos, que le cabrearon, y con el murmullo del que está viendo a alguien que conoce de toda la vida, porque al final le dejamos entrar en aquellos momentos tan personales. Es nuestro. De la familia. Cómo estas canciones que suenan de una forma más desnuda, más cifrada y dejando el espacio preciso para que su voz llene todo. Hay hoy menos distorsión, es más recital. La banda es técnica y Calamaro canta libre entre verónicas enteras, que son las medias —¿verdad?—, que diría él.

Calamaro, durante el concierto en el Wizink Center de Madrid. (EFE/Víctor Lerena) Calamaro, durante el concierto en el Wizink Center de Madrid. (EFE/Víctor Lerena)

La gente, entonces, comenzó a agitarse por la cuarta de la noche, el primer acorde ya era un grito, pues llegaba la que Enrique Bunbury me definió una vez como la mejor canción del rock en español: 'Crímenes perfectos'. La gente se sube al sonido del escenario, pero Andrés se come a la gente con una interpretación que, al terminar, duele. Todos somos gauchos. Tras encender la llama con 'Me Arde', 'All you need', ese abismo entre 'Alta suciedad' y 'Honestidad brutal', nos recuerda a todos que fuimos suyo. Ahí estaban aquellas canciones descarnadas, de maqueta, de golpe y porrazo, pero también las del estudio con Joe BLaney y el ritmo de Steve Jordan, sí, que ahora acompasa a los Rolling Stones, otrora, marcando el talante de temas como Media Verónica o Flaca, que también vio Madrid este martes por la noche, dejando que la gente tapara de emoción el sonido. Hace mucho que dejaron de ser suyas.

Y subió Ariel Rot, su rubio hermano, a tocar 'Mi enfermedad' y dos temas más de Los Rodríguez

Y subió Ariel Rot, su rubio hermano, a tocar 'Mi enfermedad' y otros dos temas más de la mítica banda —'Canal 69' y 'A los ojos'—, maestro sobrio, ajustado siempre a la medida esencial del rock elegante, siempre bien vestido en ese mástil que domina, volviéndonos al público a esos veranos de Rodríguez y de libertad desbordada. Su primera movida. También la nuestra. "¡Madrid todavía es de Los Rodríguez!" Los dos acabaron tocando juntos la guitarra, dos leyendas. Y luego Calamaro se quedó solo, ya completamente a gusto, bailando. Y llegó 'El salmón'. El recinto saltó por los aires.

¡Por fin! @calamarooficial en el #WiZinkCenter 💙💙 pic.twitter.com/8vV9LDkIsv

— WiZink Center (@WiZinkCenter) June 28, 2022

Difícil elegir una sola, cuando alguien cambia cualquier estilo por el suyo propio. No es un artista que evolucione, sino que hace evolucionar la música, la ensancha, la hace crecer cuando la mira, la analiza, la destripa y la interpreta. Y de pronto, un rock´n roll es Calamaro, como lo es un tango, un rap, o una ranchera. El de hoy no era el Calamaro, compositor, músico, escritor o trovador, o quizás lo eran todos, pero esta noche resonaba esa lija grave de voz que manda al resto. Una figura que ordena desde la palabra al bajo, que dirige con el teclado, que sabe al resto de su banda, como el público entero gritaba cada una de sus letras de hoy, que son las de siempre. Aunque meta alguna nueva en el show, como 'Hong Kong', acompañado por el que fue el primer artista invitado de la noche, el mismísimo C.Tangana. Un tema que suena, pero que ahora Andrés eleva a canción. Más tarde sería el rapero Kase.O el que enloquecería al respetable con una nueva e increíble versión de 'La flaca' rapeada e improvisada.

Calamaro, en concierto en el Wizink Center de Madrid. (EFE/Víctor Lerena) Calamaro, en concierto en el Wizink Center de Madrid. (EFE/Víctor Lerena)

En la recta final tronaron 'Alta suciedad', 'Paloma', reconvertida en una extraña e hipnótica balada y, ya en los bises, 'Sin documentos' —acompañado nuevamente de Ariel Rot, de un capote amarillo y entre 'oles'—, 'Los chicos' y música de pasodoble como digno final. Calamaro nunca había cantado tan bien.

Probablemente sea la mayor magia que tiene Andrés Calamaro. No es un cantante más que haga canciones que la gente conoce. Andrés hace de la vida canciones y nosotros pasamos la nuestra escuchando sus canciones porque son la misma cosa: la vida. Por eso jode tanto cuando es libre, dice lo que piensa y sabe que por mucho que todo corra alrededor, él seguirá siendo el jefe de la canción en español. Y el segundo y el tercero también, por mucho que al cuarto le joda tanto.

Fuente: El Confidencial